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lunes, septiembre 15, 2014

Así se vive y se celebra la herencia hispana en mi casa*

                                                        Mi hijo Tomás Eugenio metiéndole diente a una arepa de masa amarilla con chía.
El próximo mes de noviembre mis dos hijos y yo celebraremos los primeros siete años desde que, en 2007, nos vinimos a vivir a Estados Unidos. Los primeros cinco los vivimos en el Sur de California y durante los últimos dos hicimos de Miami, en el Sur de Florida, nuestra casa. 

Por razones que no viene al caso explicar, en mi casa se habla inglés. Cuando emigramos mi prioridad fue que mis niños se aclimataran y que pudieran comunicarse, hablando y por escrito, en el idioma oficial. 

Vinimos para quedarnos y como además las cosas en nuestra Venezuela natal han venido de mal en peor, entonces mi esfuerzo como mamá se ha centrado en que mis hijos conozcan y aprendan a querer el país que nos recibió con los brazos abiertos y que ahora sentimos como propio.

¿Cómo hemos hecho para mantener nuestras raíces venezolanas vivas? ¿Qué he hecho para que mis hijos se sientan orgullosos de sus orígenes? Sin duda dos elementos han sido clave en este proceso: la comida y la música. Y tanto lo que nos llevamos a la boca y como los acordes que nos alimentan el espíritu han funcionado en dos direcciones. 

Por una parte, a través de las arepas, las cachapas, las hallacas y las hallaquitas, los plátanos en dulce, las caraotas negras, las tajadas, el perico, el arroz con leche, las torticas de arroz, los besitos de coco, la carne desmechada, el pan de jamón, los tostones de plátano verde y las tajadas de plátano maduro, mantengo vivo el recuerdo de los sabores de mi infancia, que mis hijos también llevan en su ADN.

Y por la otra, gracias al pavo de Acción de Gracias, los pies de manzana, pecanas y calabaza, los macarrones con queso, las hamburguesas a la parrilla, las mazorcas de maíz asadas, los sándwiches de queso al grill, los panqueques y las tostadas francesas con mucho jarabe de arce, todo lo que se puede asar al grill, el chili con carne y los nachos con queso y salsa, hemos logrado comprender y asimilar las tradiciones y la cultura estadounidense a las que hemos abrazado como propias.

Ni que decir que vivir en la más latinoamericana de las ciudades estadounidenses, me ha facilitado la “tarea” de disfrutar y celebrar mi herencia hispana. En Miami además nos hemos transculturizado aún más. Porque en este crisol de culturas en que vivimos es imposible no enamorarse del tres leches, los moros y cristianos, el mangú, el batido de mamey, el pan de bono, los ceviches y tiraditos. Aquí he aprendido que así como hay arepas venezolanas, las hay colombianas y que además hay arepas de choclo que se parecen a las cachapas y que no tenemos el monopolio de nada.

Con la música ocurre otro tanto. Así como me gusta cocinar y he hecho de la comida mi forma de vida, también soy melómana y en mi casa se escucha de todo: música clásica, barroca, ópera, salsa y bomba puertorriqueñas, merengue y bachata dominicanos, vallenatos y cumbias de la costa Caribe colombiana, rancheras, flamenco, música pop latinoamericana y norteamericana, rock and roll, tango argentino, joropo y tonadas de ordeño venezolanas, jotas y polos margariteños, swing, música country, música pop en inglés, español y francés. Como será que a veces hago el enorme sacrificio de escuchar rap, para no alienar al mayor de mis hijos, y ya hasta fan de Pitbull soy.

Lo mejor de todo es que ya Andrés Ignacio (12)  y Tomás Eugenio (10) tararean de todo y si la cosa es muy pegajosa hasta repiten los coros en español. Y puedo decir orgullosa que los dos tienen su tumbao que no es otra cosa que el sabor latino que les corre por las venas. Sin proponérmelo, hace poco ocurrió el milagro cuando Andy me pidió que lo enseñara a bailar salsa, tal como hizo mi hermana Andreína con mi hermano Ernesto.

Y es que lo que se hereda no se hurta. Y así como los árboles requieren de raíces fuertes y profundas para que su tronco crezca robusto y sus ramas se extiendan frondosas mirando al cielo, así nosotros no nos olvidamos de donde venimos, pues esa certeza es la que nos permite abrazar el futuro y nuestro nuevo país con esperanza y optimismo.

¡Feliz Mes de la Herencia Hispana!

(*) Este post es una versión del que escribí para Mamás Latinas.

¿Cómo mantienes tú tus tradiciones latinas en Estados Unidos?

4 comentarios:

  1. Muy bonito el post! La verdad es que yo también celebro diariamente mis sabores caraqueños porque desayuno una arepa. Igual como cosas típicas de aquí que me fascinan como el pulled pork con el que a veces rellenó mi arepita!

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    1. Gracias Chuky querida! Es así Somos lo que traemos y atesoramos, y nos vamos nutriendo de lo que aquí encontramos. Tenemos lo mejor de dos mundos!

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  2. Hermoso post,yo no vivo en Estados Unidos, me encantaría, vivo desde hace 18 años en España y en casa siempre tenemos presente nuestra rica gastronomía venezolana haciendo arepas,cachapas,hallacas etc.
    Un abrazo

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    1. Gracias Nieves por visitar y comentar. La comida es, en efecto, un gran catalizador. Un abrazo desde Miami.
      Enri

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