Junio siempre ha sido un mes de
reflexión para mí. En este mes nací y, por lo mismo, esta es la época del año en la
que tiendo a poner mi vida en revisión. Mi hermana Andreína, quien ya no está
con nosotros, nació un 3 de junio. Y por último, pero no menos importante, hace
dos años, también un 3 de junio, me mudé a esta loca, encantadora y
vibrante ciudad que es Miami.
Estaba asustada, pero llena de esperanza.
Ahora que han pasado estos dos primeros y difíciles años, sólo puedo decir que
estoy orgullosa de mí y de mis hijos. Contra todo pronóstico estamos
construyendo juntos un futuro mejor y somos una mejor familia. ¡Oh sí! Lo
estamos logrando y yo sigo contando mis bendiciones.
Anoche me fui a la cama pensando que
muchas veces no apreciamos el verdadero valor de un momento hasta que se
convierte en recuerdo. Siempre digo que la vida es bella y lo digo en serio.
Pero es corta, demasiado corta, para desperdiciarla.
Es por eso que siempre he tratado de
vivir cada segundo como si en ello se me fuera el último suspiro. Es por ello
que, con frecuencia, salgo de mi zona de confort y me arriesgo. Por ello sigo
mis instintos y lo que me dice mi corazón y amo y me enamoro y beso y canto y bailo y
río —y también lloro, como no— como si no
hubiera mañana.
No tengo miedo de la aventura. Todo lo contrario. Aunque estoy en mis 50s, la rutina me sigue aterrando. La vida es una
aventura y el recorrido un largo proceso de aprendizaje. He aprendido que
cuando tengo preguntas, lo mejor que puedo hacer es preguntar hasta que encuentre las respuestas.
Si me gusta algo, lo digo. Si me disgusta algo, estoy aprendiendo a decirlo y créeme: el alivio
que se siente es indescriptible. Cuando quiero algo, sé que lo mejor que puedo
hacer es pedirlo. No es una tarea fácil, pero la vida es más simple y mucho —muchísimo— mejor, cuando haces lo que tienes que hacer.
Durante estos dos años, he
aprendido que cuando extraño a alguien no hay nada como llamar a esa persona y decírselo:
no importa si se trata de mi mamá, mi papá, una amiga, un hijo, alguien con quien estoy saliendo o el amor de mi vida.
También aprendí que no hay mejores
palabras que decir "te amo", para que las personas que quiero se
sientan amadas y sepan lo que significan para mí y lo feliz que soy porque están en mi vida. Por supuesto que cocinarles y darles de comer será siempre mi
segunda mejor opción.
En estos días sigo creyendo —o creo más que nunca, para ser precisa— que la vida es
bella, hasta que alguien me demuestre lo contrario.
¿Tú qué crees?
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