Foto HOLA |
Hace
13 días estaba Patricia Llosa de Vargas celebrando sus bodas de oro con Mario
Vargas Llosa y los hijos de la pareja. Y de pronto, el 10 de junio pasado, de
golpe y porrazo la revista HOLA publica una portada en la que anuncia
que Isabel Preysler, la emperatriz indiscutible de la prensa del corazón
española, tiene una relación romántica con el Nobel de Literatura 2010, quien
estaría “separado” de su esposa.
Siento
una profunda admiración por Mario, no sólo porque es uno de mis escritores
hispanoamericanos favoritos, sino porque es un paladín de las ideas de libertad. Como
alguien cercano a mi corazón (por eso lo llamo Mario), la doble noticia acerca
de su separación y nuevo romance, me dejó en shock: más por la forma que por el
mismo fondo del asunto: total, el amor llega sin avisar y hay razones del
corazón que la razón desconoce y, contra eso, no hay quien mande.
Preysler
trabajó en HOLA. Y allí, precisamente en una asignación, conoció a su
primer marido en 1970. Lo demás es historia: se convirtió en la filipina más
conocida en el mundo después de Imelda Marcos, es una de las “periodistas”
mejor pagadas de España, también conoció a Mario en una entrevista que le
hiciera para la revista en 1986 y tiene el récord de ser la mortal que más ha
salido en la portada de HOLA.
Así
que no vaya usted que a creer que la portada de esta semana, mediante la cual
Patricia Llosa de Vargas se enteró, al igual que el resto de la humanidad, de
que su marido y ella estaban “separados”, es obra de la casualidad o del
atrevimiento de un paparazzo. No. De ninguna manera. Y de allí el
estupor de muchos: ella es viuda y no tiene compromiso, pero Mario ha podido
ser menos cruel.
Por
obra y gracia de los editores de HOLA, el primer Marqués de Vargas Llosa
no sólo se separó de su prima hermana y esposa por 50 años, sino que además se
convirtió en el acompañante de la elegantísima viuda de Miguel Boyer. Tanta
noticia en un solo título, en una sola frase, en una sola fotografía, así: sin
anestesia ni nada, sin pasar por “Go” como en el juego de Monopolio, ni cobrar
$200.
Me
atrevo a decir que se le acabó la tranquilidad al autor de La fiesta del
chivo. Mario, quien ha sido habitué de saraos académicos e intelectuales,
ha dicho reiteradamente que no le interesan las redes sociales y es un crítico
acérrimo de esta, la que él considera “la civilización del espectáculo”.
Digamos
que siempre fue una celebridad, pero privada. Saltó a la fama en pleno boom
latinoamericano tras publicar La ciudad y los perros, La casa
verde y Conversación en la catedral. Fracasó en un intento de
convertirse en presidente de su Perú natal, al ser derrotado en segunda vuelta
por Alberto Fujimori, y se dedicó, para bien de la humanidad, a hacer lo que
sabe hacer: pensar y escribir.
En
2010 la Academia Sueca le otorgó el premio Nobel de Literatura "por su
cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la
resistencia, la rebelión del individuo, y la derrota". Y allí estuvo
Patricia. Precisamente en su discurso de aceptación del Nobel, al
referirse a ella, Mario dijo:
“… todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a
escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino
caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana, ni los seis nietos que
nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien.
Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene
a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas
y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando
cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú
sirves es para escribir”.
Una separación y un divorcio no son cosa
fácil a ninguna edad, menos después de 50 años de matrimonio. Pero más rudo aún
es la forma cómo ocurrió todo. Y creo que rudo será también pasar de crítico a
protagonista de esta, nuestra civilización del espectáculo.
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